22.1.07

La bendición de los animales




Pilar Fernández

Este miércoles, 17 de enero, fue San Antón, patrono de los animales domésticos. Una tradición católica que tiene su origen, como sucede en otras ocasiones, en fiestas de origen pagano, más en concreto las ligadas al calendario agrario de los antiguos celtas. Y es que, si algo caracteriza esta celebración es la bendición de los animales. Esta expresión la he tomado como título de mi columna porque tiene un doble sentido: por un lado, es verdad que ese día se les suele dar la bendición a nuestras mascotas, pero, además, es que tener un animal en casa (o más de uno) es ya de por sí una auténtica bendición.Con esto pasa como con el amor. ¿Recuerdan el famoso verso de Lope de Vega?. A la pregunta: “¿Qué es el amor?”, Él respondía: “quien lo probó lo sabe”.

Bien, lo de tener un animalito en el hogar, perro, gato, pájaro, tortuga u otra especie de ser vivo, compartir con él nuestro tiempo, nuestros paseos, juegos, caricias, la compañía que nos da y lo poco que pide a cambio, por no citar que lo mejor es que se expresa con gestos, moviendo el rabo, ladrando o con maullidos, es decir, sin palabras, es algo impagable que sólo puede valorar quién lo conocer.Lo mismo que pasó con los indios cuando Colón descubrió América, que estuvieron los doctores de la Iglesia durante mucho tiempo discutiendo si tenían o no tenían alma como los españoles o el resto de los europeos, hasta que Bartolomé de las Casas acabó por convencerles de que, evidentemente, sí la tenían. Bueno, pues lo mismo, pero a pequeña escala, ha sucedido con los animalitos. Ya la iglesia católica ha reconocido que no es que tenga alma, como los seres humanos, pero si están dotados de lo que denominan “un soplo divino”, algo así, se me antoja, como un espíritu diminuto. Sin embargo, a quienes les amamos, nos consuela pensar que les corresponde una cierta transcendencia.Aunque yo nunca he dudado de ello, porque ¿Cómo es posible, entonces, que mis gatos se den cuenta de cuando estoy un poco triste o melancólica y se acerquen a enroscarse en mi regazo? ¿Y si viene alguien que les da buen rollo se rocen con sus piernas, pero, si esa persona no les gusta, salgan disparados por el pasillo con el rabo encrespado?

No estoy muy segura de que esto sea espiritualidad o sólo pura intuición, pero hacerlo, lo hacen.Parece que ya los antiguos druidas, por estas fechas de enero, reunían a los animales domésticos más queridos y a los destinados a las tareas agrarias para someterles a un proceso de purificación que consistía hacerles atravesar unos pasajes llenos de humos de hierbas aromáticas. Al pasar por estos sahumerios recibía la bendición de los antepasados y de las divinidades de la naturaleza. Se trataba de buscar el punto de equilibrio entre el hombre y los animales.

La iglesia le atribuye a San Antón o San Antonio Abad, que es el mismo, el patronazgo de los animales que conviven con el ser humano en el entorno agrícola y, por extensión, en nuestra vida moderna, el de las mascotas que habitan tanto las casas de los pueblos como los hogares de las ciudades.

Es un santo que nació en Egipto, en la ciudad de Heraclea hacia el 215 después de Cristo. Dice la hagiografía que vivió hasta los 104 años. Llevó toda su vida una existencia ascética y pasó muchos años sólo en el desierto. Allí sufrió las tentaciones del demonio, pero no sucumbió a ellas, según afirma su leyenda. Hay un cuadro de El Bosco que se conserva en Lisboa y lleva por título, precisamente, “Las tentaciones de San Antonio”.A lo que vamos y nos interesa aquí es el poder que ejercía sobre los animales. Se cuenta que cuando San Antón acudió a visitar a San Pablo, El Ermitaño, otro famoso anacoreta, apareció un cuervo que le ofreció dos hogazas de pan como regalo de bienvenida.

Otra historia asegura que un día el santo estaba meditanto y se le acercó una jabalina con sus jabatos. La madre le dijo al santo que sus crías estaban ciegas y San Antonio les curó la ceguera. Desde aquel día la hembra de jabalí no se volvió a separar de él ni un momento. Con el tiempo, la iconografía sustituyó a la jabalina por un cerdo.En las estampas se le puede ver con hábito de franciscano y rodeado de animales. Como mínimo un perro, un gallo y un cerdo. En otros casos aparecen también una vaca, un burro o un corderito. El motivo es la extendida creencia de que nuestro personaje es el protector de los campos y del ganado.

En Roma, ese día es costumbre que el Papa o los Cardenales bendigan a las mascotas, un hábito que se ha importado a otros lugares . Eso para los creyentes. Los que no crean, siempre pueden recurrir al ritual pagado de encender incienso de hierbas, como verbena, ruda o mandrágora, para limpiar a sus animales de energías negativas pasándoles por el humo, como hacían los antiguos celtas. También pueden hacer las dos cosas. En cualquier caso, feliz día de San Antón a todos los amantes de los animales. Y a los que no, ya saben: ellos se lo pierden.