31.10.06

El cuidado de un animal mejora la calidad de vida de los ancianos.




El alivio de la soledad, la ansiedad y el estrés son algunos de los beneficios derivados del contacto físico y emocional con animales. La práctica de esta terapia, basada en el poder curativo de los animales, ha demostrado tener efectos muy positivos, especialmente en los ancianos.

Las primeras experiencias terapéuticas con animales se realizaron en Inglaterra en el siglo XVIII, si bien los primeros estudios sistemáticos los realizaron psicólogos norteamericanos en los años sesenta. La zooterapia ha demostrado ser eficaz tanto en el plano fisiológico como en el psíquico. En el primero, se ha comprobado que el contacto entre la mano y el pelaje del perro reduce notoriamente la presión arterial y combate el sedentarismo propio de las personas mayores, mientras que en el segundo, el animal permite mejorar las relaciones sociales del paciente al aumentar su capacidad de comunicación.

Algunas investigaciones demuestran que la simple presencia de peces en un acuario hace disminuir los niveles de ansiedad. Los animales ofrecen a los ancianos seguridad emocional por su constancia en la relación. El animal les ayuda a combatir la soledad y les devuelve el sentimiento de confianza y estima.

Mejor humor

Las personas mayores sometidas a técnicas de zooterapia sonríen y ríen más y están más inclinados a los intercambios interpersonales que aquellos que no tienen la estimulación animal. En general, los expertos apuntan que los ancianos que disfrutan de la compañía de un animal disfrutan de mejor humor.

Estas técnicas de curación con animales se extienden más allá de la salud para aplicarse en áreas de educación y ocio. El individualismo que impera en la sociedad actual enfrenta a la persona a un proceso de desintegración que origina un profundo sentimiento de soledad y que puede llevar hasta la pérdida del sentido de la vida, sobre todo en el caso de personas que viven recluidas en hospitales y residencias.

La zooterapia ha demostrado especialmente sus efectos positivos en las personas mayores que viven institucionalizadas. En estos casos, la pérdida de su hogar, del cónyuge y de su propia autonomía les enfrenta a una difícil situación en la que sienten que han dejado de ser útiles.

Los cuidados que exige un animal les devuelve la oportunidad de dar afecto y atenciones. En el caso de ancianos deprimidos, el animal les ayuda a romper su vacío de actividad y suplir las carencias afectivas, traspasando la barrera de su soledad y aislamiento. Las investigaciones apuntan el efecto humanizador que los animales tienen en las personas al acompañarlas y brindarles un afecto incondicional. De este modo les trasmiten mecanismos liberadores, a través del lenguaje no verbal.

Por otra parte, algunas mascotas, como los perros, son capaces de mejorar la salud de sus dueños por el simple hecho de aumentar la duración de sus paseos. La zooterapia es eficaz, además, frente al estrés, muy común entre los ancianos, ciertas fobias y algunos problemas sensoriales y motrices. En general, resulta útil para establecer la comunicación en personas poco motivadas a las relaciones sociales y a mejorar la calidad de vida de las personas aisladas.


El perro remedio casi infalible
El denominado "mal de la vejez" es, en gran parte, consecuencia de la falta de motivaciones y no de la edad. Dejarse morir, ser viejo, está relacionado directamente con una vida carente de sentido y, a la inversa, los ancianos rejuvenecen si hay razones afectivas.
Grodsinsky, presidente de la Asociación de Instructores Caninos, recomienda una cura casi infalible: tener un perro. Y se remite a las pruebas:
En Tallahassee, Florida, EE.UU., la psicoterapeuta Mary Burch intentaba sacar del autismo al pequeño Jason, de cuatro años, mudo, hijo de una mujer cocainómana. No se resignaba al hecho de que, por puro determinismo de la adicción de su madre, estuviera privado de palabra. Y en sólo ocho meses el chico se hallaba en condiciones de ir al jardín de infantes y jugar con los demás...A criterio de la psicóloga, el mérito de la cura corresponde al asistente: un perro de la raza Border Collie que, con su afecto y dulzura, hizo salir a Jason del mutismo y del aislamiento, interesarse por el mundo, y acaso, protestar a viva voz y locuacidad imparable.Y no solamente niños.
Un estudio realizado por Erika Friedman, en el Brooklin College de Nueva York, demuestra que al convivir con animales se recurre menos a los médicos, y particularmente, si se trata de ancianos, la presencia de un gato o un perro puede influir sobre la presión sanguínea ayudando a mantenerla en condiciones normales.
Igualmente sorprendentes son las conclusiones a las que llegó la investigadora Susan Robb, después de indagar a fondo los comportamientos de ancianos internados en casas de reposo de EE.UU. Comprobó que al permitírseles pasar el día en compañía de un animal doméstico, a diferencia de quienes no lo hacían, les mejoró el carácter, su interés por las cosas en incluso las actividades ajenas, se hicieron más participativos, notoriamente afectuosos, además de pronto a sonreír e integrarse abandonando la anterior apatía, la expresión de aburrimiento crónico e imposibilidad de entretenerse que los sumía en cuadros de ansiedad, angustia y dejadez.
En cierto modo -en el principal-, a partir de su relación con un perro o un gato, habían rejuvenecido.El doctor Kenneth Greenson, psiquiatra del instituto de Medicina Alternativa de las Enfermedades Psíquicas, con sede en Washington, coincide al resultado de una experiencia similar: pacientes afectados de ancianidad prematura y demencia senil, mediante el vínculo que produjo un animal doméstico, mejoraron visiblemente y, en dos casos tenidos por "incurables", el logro autorizó las altas y cesar los síntomas."Señal que cabalgamos"
Según muchos estudios norteamericanos, con estricto seguimiento etiológico, del mundo animal puede venir un simple pero efectivo remedio para el "mal de la vejez". Se trata de "una nueva, económica y eficaz medicina", como gusta repetir en su entusiasmo la investigadora Judith M. Siegel, de Los Ángeles, California.Frente a los hechos, la hipótesis suena innegable y sugestiva. En los EE.UU. desde hace tiempo proliferan las experiencias en materia de comunicación entre ancianos y animales domésticos, investigaciones que financian y promocionan organizaciones de indiscutible prestigio, como la californiana Lathan Foundation of Alameda, o la Delta Society of Renton, un centro experimental de Washington que, en la actualidad, coordina cerca de 2500 grupos de trabajo en cárceles, escuelas, hospitales y geriátricos para medir la actuación de programas recuperatorios, alternativos, basados en las propiedades psicológicamente regenerativas de las relaciones hombre-animal.Idéntica hipótesis es sostenida también en otros países.
En Italia, sobre todo en los pueblos, millares de ancianos buscan aliviar la tristeza de sus años póstumos con un compañero de cuatro patas, tolerante, afectuoso, pleno de ternura y, fundamentalmente, solícito y fiel.El ladrido de un perro, parafraseando la cervantina quijoteada, es segura señal de existencia y condición significante.La responsabilidad, revés de la isla"Debería hacerse una gran campaña titulada: Un animal a cada anciano para evitar el hospital", escribe el geriatra italiano Francesco Antonioni. Este médico especialista es uno de los testimoniadores de la terapia, al advertir que la presencia de un animal impone al anciano la recuperación del intercambio afectivo, recurrente, entablado en el dar y no sólo recibir. Relación ésta, que a edades avanzadas suele faltar de manera que acelera los procesos destructivos seniles.Se descuenta que al tener responsabilidad por alguien y para otro, el anciano va a tornarse más activo y, nuevamente necesario, preocuparle y recuperar su cuerpo. Decide así, más o menos consciente, impedir las conductas abandónicas, enfermarse -en procura de atención y afecto-, dejarse morir... Necesario, imprescindible, su jornada adquiere ritmo, motivándose de conformidad a los tiempos y requerimientos del animal pendiente.
Pero, lo más importante, el poder tranquilizador de la caricia y el goce ante la sola presencia del perro o el gato suyo, lleva a inferir que la extraordinaria capacidad de sentir, de compartir, de amar y conocer... no se pierde nunca.